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Cantinas de aeropuerto
Los restaurantes que tienen a su disposición tanto los trabajadores como los empleados de un aeropuerto, llamados comunmente "cantinas", salvo contadas y honrosas excepciones, suelen ser lugares regentados por contratas más preocupadas en hacer negocio, que en procurar un servicio para satisfacer una de las demandas más básicas de sus clientes.
Generalmente cuando una contrata expira su contrato, se le suele aplicar aquello de “Otra vendrá que buena te hará”, por muy mala que fuera su cocina. Y no hablamos de menús de gourmet, hablamos que en la mayoría de los casos las anécdotas culinarias que se puedan llegar a contar, sobrepasan los límites de la normalidad y el buen hacer.
Sacando el anecdotario a pasear, recuerdo un buen día que estando de turno me dirigí a comer a la cantina. Recuerdo que dentro del menú y como primer plato había ensaladilla rusa, y tengo que de decir que con muy buena pinta. No lo dude y la pedí.
Una vez sentado en la mesa, y abstraído en mis pensamientos, empecé a comer. De repente me di cuenta que la ensaladilla en cuestión estaba llena de atún, había atún en cada pinchada que daba al plato y pensé, “No puede ser”, y me fije en una forma cúbica, que pensaba era un trozo de patata, y al llevármela a la boca su sabor marino me delató su procedencia, aquello sabía a pescado y no fresco precisamente.
No lo pensé dos veces y con el plato de ensaladilla en cuestión me acerque a la barra y le pregunté a la camarera “Perdona, ¿Esto es ensaladilla rusa?”, a lo que me contestó, que claro, que sí que lo era. No conforme con su respuesta, le pregunté a otro camarero que estaba a su lado oyendo la conversación, y montamos una pequeña tertulia acerca de lo que era o lo que no era.
Al no llegar a ninguna conclusión, pedí ver si era posible que saliera la cocinera para que nos sacara de dudas. En esto apareció ella con un cucharón de grandes dimensiones en su mano y desafiante me preguntó: “¿A ver, qué pasa?”. A mi pregunta sobre la procedencia de la ensaladilla y su extraño sabor a pescado, impasible me contestó ”Si, es pescado, y que, me sobraban unos cuantos lomos y los he partido en trocitos pequeños como si fueran patatas, para hacer una ensaladilla rusa”, a lo que al ver su clara soberbia, le contesté sin ser verdad, “Lo tendría que haber dicho antes, soy alérgico al pescado y haber comido este plato, como poco me va a costar una inyección de Urbasón”, ¡Vaya lo que le dije a aquella mujer!, se empezó a poner roja como un tomate, a encomendarse a todos los santos y a perder la respiración. Estuvo al borde de la lipotimia.
Total, que terminé dentro de la cocina tomando una tila con aquella mujer y hablando de recetas de cocina. Aquella contrata duró poco de dos meses más, la que vino después fue peor. Pero eso es otra historia.
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